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Grises Anticuarios,

Mundo Ceniciento

 

Grey Antiquary, Ashen World

Raquel Abad Gómez, comisaria de la exposición.


      What the Photograph reproduces to infinity has occurred only once: the Photograph mechanically repeats what could never be repeated existentially.
R. Barthes.


  This series shows us something more than the dialogue of Evangelina Esparza as artist, it reveals her as a person. She has spent time looking at the same things from different angles, changing from one technique to another, but the reason behind it all stems from the same idea: to show the weak parameters of memory through the fragile traces that herald the presence of death. She make uses of her own photographs, rescued from family shoeboxes and albums that hoard close acquaintances, or seeks out photographs that reconstruct life stories symbolic of the decline of people.

     Against this backdrop she has brought together contrasting works that do not contradict each other but rather form a harmonious whole. From the dusty and almost imperceptible greys that describe the ashen world of J.L. Borges to the colours of the pictorial tradition, all controlled by the allegorical instrument that measures the time of the dead, the hourglass, a piece treasured by antiquaries.




"Lo que la fotografía reproduce al infinito no tiene lugar más que una vez; ella repite mecánicamente lo que jamás podrá repetirse existencialmente".
R. Barthes.


      En esta historia hay algo más que el discurso de Evangelina Esparza como artista, se nos muestra como persona.  Ella lleva algún tiempo dándole vueltas a las mismas cosas, pasando de unas técnicas a otras, pero la razón de todas parte de la misma idea, mostrar los débiles parámetros de la memoria a través de las frágiles huellas que anuncian la presencia de la muerte. Aprovecha sus propias fotografías sacadas de las cajas de zapatos familiares, álbumes que atesoran identidades próximas o busca y obtiene otras que reconstruyen biografías simbólicas del declive de las personas.


      En este escenario ha creado una coreografía de obras opuestas que no se contradicen, sino que forman una unidad armónica. De las grises polvorientas y casi invisibles que describen el mundo ceniciento de J. L. Borges a los colores de la tradición pictórica, todos controlados por el alegórico instrumento que mide el tiempo de los muertos, el reloj de arena, pieza que atesoran los anticuarios.


      Sus pinturas descarnadas gritan preocupación por la vida y por el sentimiento que nos causa la transición incompresible y peligrosa hacia el vacío.


      Cuando a un artista le sucede algo, a veces de orden sicológico, o a veces de tipo biográfico, tarda más o menos tiempo en explorar  creativamente lo que ocurre. No hace mucho Evangelina siente el dolor extremo de varias pérdidas de diversa índole, que su razón no hubiera podido soportar sin la terapia que le proporciona el cuidado de la enfermedad y vejez de ancianos ajenos que adopta como personajes de su obra y de su vida. Los cuida y mima porque ve en ellos a los niños que un día fueron y que han regresado desde las imágenes que descansan en sus mesillas de noche, en sus cajones, contándonos las historias de su pasado, hoy un tanto desfigurado. La memoria se convierte en vagos recuerdos, tan desdibujados como el mismo cuerpo, ruina que representa plásticamente manipulando las fotografías tomadas de esa realidad descompuesta.  Luego las somete a un proceso de pérdida de calidad borrando dolorosamente los fantasmas que la acechan, que nos acechan, porque son espejos de lo que a todos nos espera.


      Así la fotografía se vuelve pintura y la pintura es transferida y combinada con diferentes materiales elegidos para ilustrar una época, que ya hace tiempo fue de los retratados y sus pertenencias, collages con estampados que colgaron de las paredes, de ropas y ajuares de casas más o menos burguesas. Como marcos ha empleado cajones de caoba, que invocan los muebles que guardan las cosas domésticas, pero que yo no puedo evitar ver que ahora lo que guardan es la memoria eterna de sus dueños, como tumbas siniestras que nos atan a la tierra.


      Niñez, vejez, vida, desaparición, memoria, cotidianidad, imagen y pérdida de identidad son temas evidentes en los procesos de reflexión que muestra con claridad y por eso nos identificamos tan fácilmente. Seguramente todos no hemos preguntado alguna vez cuanto tiempo tardará nuestro rastro en desaparecer al morir, que quedará cuando los que nos recuerdan también desaparezcan llevándose nuestras historias. La autora trabaja con imágenes-modelo de personas corrientes que convierte en arquetipos, símbolos de uno de los problemas del arte.
 

      Como pintora compone, elige el momento y la pose, no solo muestra la realidad que tiene delante, sino que busca la que tiene en la mente, así los que miramos no solo descubrimos, también reconocemos, su conocimiento se hace el nuestro. Trabaja la fugacidad de la existencia humana a través de las huellas que deja en los rostros, cubriendo, velando y ocultando sus identidades mediante el descarnado del medio empleado, fotografía, transfer o pintura. Pero lejos de despersonalizar los rostros, Evangelina nos procura lo contrario, individualizar a éstas gentes anónimas porque el espectador se siente atraído en asociar los rostros a las vivencias que la autora nos rescata en estas bellas piezas.



       El hecho es que nos enfrentamos a la captura de unos instantes vividos, momentos fugaces de gestos que no se volverán a repetir ni en los niños que los ancianos fueron ni en éstos que ya no son, y que Evangelina sacraliza en un universo íntimo que la inquieta y que tan bellamente ha preservado, transfigurando su memoria en el testimonio de unas huelas que W. Benjamin llamó “inventario de la mortalidad”.


 

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